Abrir el cajón puede ser muy doloroso y lo sé, pero resulta inevitable porque nos empeñamos en querer seguir guardando todo aquello que nos da miedo, intento ordenarlo pero no lo consigo a un lado el miedo a la soledad, al dolor de la partida, al vacío solo lleno de recuerdos que deja la muerte y que está siempre presente.
Por otro lado los sueños callados, apagados que me hacen sentir frustrada, cobarde y me obligan a volver rápido la mirada hacia otra cosa para poder así desviar mi atención. Y me topo de frente con los contratos firmados a lo largo de la vida, compromisos adquiridos que han ido ahogandome y a los que me siento obligada.
Y momentos, muchos momentos unos de tristeza y otros no tanto los que me hicieron como soy, recuerdos que me llevan a mi niñez llena de olores y sabores y que cada día tengo que esforzarme mas para poder recordarlos, años en los que el cajón todavía estaba vació porque solo existía la ilusión y el poder de soñar, pero crecemos y con ello vamos queriendo acaparar más de lo que estamos preparados para llevar y hacemos nuestro lo que no nos pertenece, queremos dominar la vida sin ver que esta nos domina a nosotros y comenzamos a guardar todo aquello que no queremos ver y mucho menos nos atrevemos a compartir, porque eso sería asumir un riesgo, la posibilidad de vernos tal y como somos reflejados en otro y es más cómodo excusarnos en la desconfianza a los demás, rodeándonos de una soledad compartida pero en definitiva no deja de ser Soledad.
Sigo con la labor de poner orden y ahora me encuentro con esto, parece un corazón, provablemente el mio, no lo reconozco, se mueve, se empeña en seguir latiendo, me grita, no entiende de razones porque está hecho para sentir. Sabe de miedos, de tristezas, de partidas pero aún así quiere continuar, se niega a que lo encierre . Pero aquí hay más, algo húmedo, salado que lo oprimía y ahora van libres ya por mis mejillas, no se dejan ordenar y cada una de ellas me habla de sentimientos de angustia y soledad infinita y por algún tiempo guardadas en este desorden.
Ahora con los ojos nublados no puedo ver con claridad, no puedo seguir ordenando este desorden y cierro el cajón.
Tendré que dejarlo como en tantas ocasiones para otro momento en que me sienta con fuerzas para volver abrirlo y poner orden, quizás por última vez, mientras me queda este sabor amargo que deja el trabajo sin terminar.
Autora:Hilda Portilla.
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